martes, 16 de noviembre de 2010

Be water my friend.

Entré en el cuarto de baño con necesidad de bañarme. Me despojé de toda mi ropa. Me sentía pesado. No importaba las veces que me duchara al día, -hasta ahora no había sobrepasado las 3 veces- siempre me sentía sucio. Me apoyé en la mampara de la bañera. Estaba fría. No tardé mucho en abrirla y meterme. Me incliné para girar el regulador de temperatura de la bañera y abrí el grifo. Necesitaba calor. Esperé unos segundos y cuando el agua estuvo lo suficientemente caliente, accioné el botoncito para que saliese por la alcachofa de ducha. Lo agarré y me apunté el cuello con dicho cacharro. Me dejé caer sobre la pared al apoyar mi antebrazo en ella, sintiendo como un escalofrío me recorría la columna en el momento que el agua caliente rozó la piel de mi cuello. Alcé la cabeza y me quedé estático durante unos segundos, observándo como el vapor de agua caliente se cernía alrededor de la luz que había en el techo para iluminar la habitación. Parecía como si se estuviese tragando el vapor. Mi mente asoció rápidamente los espíritus con el vapor de agua, cuando se acercan a la luz y ¡plof! desaparecen. Pero no, ahora no debía pensar en eso.
Cerré el grifo, me asfixiaba tanto el vapor como mis pensamientos. Cogí el champú de mi hijo Tom, el de camomila y me eché un poco en la mano. Aspiré el aroma. Olía a mi pequeño. 
Cuando él venga pronto a visitarnos, me abrazará igual que a nuestro hijo. Y me dirá que me ha echado de menos, como le dice a nuestros hijos. Y que me llevará de paseo y a comprar un helado, como a nuestros hijos. Y me dirá que me quiere. Otra vez.
Me dispuse a lavarme el pelo. Frotar. Masajear. Suspirar. Frotar. Masajear. Suspirar. Nuca, cogote, frente, detrás de las orejas. Tras hacerme peinados varios, me aclaré el jabón del champú con cuidado de que no entrara en mis ojos. No es agradable esa sensación. Agaché la cabeza, contemplando como la espuma, junto con el agua, se desplazaba desde mis mechones hasta la piel de mi cuerpo o, directamente, el suelo de la bañera. Me estremecí cuando el agua se deslizó por mis caderas.
Recuerdo haber visto una película. Una niña. Trece años. Cortes en las caderas. ¿Por qué en las caderas y no en las muñecas? ¿Por cobardía? ¿Porque en las caderas lo sientes más? ¿Más dolor? Ya lo descubriré, ahora no me apetece.
Me eché un poco de gel en la mano, no mucho. Me enjaboné todo el cuerpo rápidamente con la misma agilidad empleada al aclarar la espuma de muy cuerpo. Aún no había entendido demasiado bien ese sentimiendo de "A pesar de haberme duchado mil veces hoy, necesito que el agua roce mi piel una vez más. Sólo una." Supongo que es la forma más inocente de perder el tiempo, de mantenerme pensando en otras cosas que no sea él... Que no sean las mismas de siempre. 
No quería salir de la bañera. Se estaba muy a gusto ahí dentro. Si salía ahora el frío se apoderaría de nuevo de mi cuerpo. Pero debía salir, me esperan fuera.

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